Tan felices como temibles son las fiestas navideñas. Mucha felicidad para los nenes y total estrés para los papis, quienes ya están mentalmente preparados para desembolsar el salario y dos pagas extra en los regalos para el chiquitín, para abonar la cuenta en la cena de empresa, para hincharse de calorías y no poder respirar hasta los Reyes. Pero, gracias a Dios y a los Reyes, las fiestas se celebran en invierno cuando solemos llevar mucha ropa encima y que nos hace muy buen trabajo escondiéndonos todos estos nutrientes y vitaminas que hemos engullido sentados en las mesas adornadas con guirnaldas. Hasta el verano todavía queda mucho tiempo y la presión de los tirantes de biquini todavía no se nota en nuestras carnes. Seguimos comiendo… 🙂
Se dice que los adultos pierden la ilusión conforme van creciendo. Pues yo diría que no.
Cada Navidades todos los adultos con todas sus fuerzas se aferran a esta magia navideña en forma de una barriga elástica. Creen firmemente en que sólo por estas fechas sus estómagos se convierten en flexibles, ajustables al tamaño de medio gorrín metido de un bocado. ¿Y no me digáis que esto no es pura magia?
Mientras nosotros nos lo pasamos pipa de cena en cena, nuestro estómago está allí pedaleando medio sopa, porque llegamos al postre ya de madrugada. Este chiquitín allí que sufre procesando cada nueva partida de comida, cuando las hormonas le están intentando inducir el sueño, siguiendo el funcionamiento normal del organismo: en vigilia de día, en reposo de noche. El hígado está ya negro de tanta grasa y la duchita de la nueva dosis de alcohol le sienta de puto culo. El enanito del estomago todavía está allí separando tanta mescolanza de productos, intentando sacar algo bueno, alguna vitaminita para el extra flexible organismo, pero el enanito del hígado ya está para morirse.
Menos mal que tenemos tantas cosas para comer estas navidades, si no, no entraríamos de buen pie al año siguiente. Hay que hacer ver a este perro chino que venimos rollizos, contentos, felices. Pasaron tiempos cuando el cardo era el plato festivo. El único plato de verdura ya se pone sólo por la tradición, como al abuelo presidiendo la mesa. Aunque, después de foies, patés, canapés de entrante, el plato de cardo ya no espera aportar nada bueno a nuestro nuevo año.
La magia navideña existe. Yo ya me estoy estirando mi nuevo barrigón, mis pastillitas que ayudarán a los enanitos a no morirse del todo, mi activia que repoblará el desolador desierto de mis tripillas, mi espidifen para el dolor de cabeza, que está embobado de los vapores etílicos, mi indiferencia para cuando mis hijos me vean hecho un asco y quizá vomitando. La fiestuqui ha sido guapa, la comida muy buena( creo recordar algo), cierro el ciclo con una buena corona de roscón para mi solo (que estaban de oferta) y ya podemos relajarnos y empezar este buen y nuevo año.
¡Feliz Navidad a todos!